domingo, 29 de junio de 2008

SOCIALISMO DEL SIGLO XXI


SOCIALISMO
DEL SIGLO XXI
La fuerza de los pequeños



Abril, 2007. Impreso en la República Bolivariana de Venezuela
Depósito legal: lf87120073201165



Sólo con un modelo que estamos inventando
de un Socialismo del Siglo XXI,
habrá democracia de verdad, producción
económica, distribución igualitaria de los
recursos, lograremos equilibrar las cargas
que todavía están peligrosamente desequilibradas.
Ahí está la pobreza todavía,
producto de 200 años de desigualdades

Hugo Chávez Frías,
23 de mayo de 2005



Una larga gestación
Durante el siglo XX, Venezuela estuvo bajo
el control absoluto del imperio estadounidense,
sometida a la permanente extracción
del producto del trabajo de su gente y de la
mayor parte de sus riquezas. Las jugosas comisiones
por la venta de nuestro petróleo al
extranjero, las ganancias por el comercio de
mercancías importadas, la corrupción, la usura
y la explotación de las clases trabajadoras
fueron ensanchando cada vez más la brecha
entre ricos y pobres.
Así se fueron conformando en nuestro país
dos bloques claramente diferenciados: uno,
mayoritario y muy pobre, conformado por
las clases trabajadoras y desposeídas; otro,
minoritario, compuesto por algunas decenas
de familias muy ricas que detentaban el poder
económico y político.
En nuestro país, las cúpulas de los partidos,
los grandes empresarios y banqueros, las élites
militares y eclesiásticas, el poder económico extranjero
y los dueños de los medios de comunicación
privados estaban “encompinchados”
para controlar el poder económico y político.
El neoliberalismo era mantenido y reproducido
por esas élites gracias a un conjunto de
leyes, reglamentos y mecanismos represivos
que garantizaban que la explotación y la violación
de nuestra soberanía se practicaran en
un ambiente de legalidad y de supuesta paz
social. La democracia representativa fue un
sistema político perfecto para ocultar la dictadura
del capital y aplicar el neoliberalismo.
Pero, no todo lo legal es justo. Aunque el
capitalismo es legal, también es tremendamente
injusto e inhumano porque es la forma
como unos pocos se apropian de las energías
de muchos para convertirlas en riqueza. El
capitalismo tiene como prioridad aumentar
el beneficio, la ganancia, a costa de la explotación
ilimitada e indiscriminada, no sólo de
la gente sino de la naturaleza misma. Obedeciendo
a estos objetivos invaden mediática y
militarmente territorios, manipulan conciencias
y aniquilan pueblos enteros.
Durante la segunda mitad del siglo, el neoliberalismo,
expresión contemporánea del
capitalismo, se había puesto en marcha. Por
órdenes del imperio, el presupuesto para
programas sociales se fue reduciendo. La
prestación de servicios básicos como la salud,
educación, vivienda y alimentación gradualmente
iban dejando de ser responsabilidad
del Estado para convertirse en mercancía.
El objetivo era vender a quien pudiera pagar,
sin importar que los pobres quedaran
desasistidos. Toda la ganancia terminaría
acumulándose en manos particulares para
no regresar jamás a la población mayoritaria.
Éste es el proceso histórico real que explica la
paradoja de muchos países donde se ha aplicado
el neoliberalismo: son países muy ricos,
con un alto porcentaje de pobres.
El capitalismo debe ser superado y sustituido
por un sistema justo que respete la naturaleza
y la dignidad del ser humano. Esta transformación
es lo que ha marcado el rumbo de
la historia de la humanidad. La esclavitud,
por ejemplo, fue legal y se consideraba natural
hasta 1854 cuando, gracias a una presión
social sostenida durante muchos años, se
transformaron las leyes de la época, convirtiendo
en ilegal esta infame práctica.
La superación de la injusticia seguirá aconteciendo,
porque la historia no ha llegado ni
llegará a su fin, aunque los defensores del
neoliberalismo digan lo contrario. La misma
suerte que corrió la esclavitud, sobrevendrá
al capitalismo. Ya en Venezuela se han dado
los primeros pasos.



Primeros dolores de parto
y nacimiento

En Venezuela, los avisos que anunciaron la
inminencia de un nuevo sistema económico
y social se sintieron el 27 de febrero de 1989,
al calor de las medidas neoliberales ordenadas
por el imperio a su capataz de turno. En
ese momento, fue dada la orden de reducir el
gasto social y privatizar los servicios básicos.
Luego, ocurrieron dos rebeliones cívico-militares
en 1992. Siguió la destitución de Carlos
Andrés Pérez el 21 de mayo de 1993.
En 1999, el comandante Hugo Chávez Frías
fue elegido Presidente de la República. Aunque
su programa de gobierno no era explícitamente
socialista, sí buscaba contrarrestar
la injusticia social y económica del capitalismo
con medidas sociales que ponían en primer
plano al ser humano. Era el momento
para que el Estado comenzará a honrar la
deuda social contraída con el pueblo durante
tantos años.

Con el gobierno de Hugo Chávez comienza
a revertirse el proceso de expropiación que se
había iniciado hacía varios siglos. Las aguas
del tsunami expropiador comenzaron a retroceder
y los pueblos, despojados y casi ahogados,
iniciaron el lento pero seguro proceso de
conquistar terreno a los capitalistas.
El capitalismo recibe su nombre del verbo
capitalizar, también significa usar en beneficio
propio algo que es ajeno. El capitalismo
expropia lo colectivo en función del beneficio
individual. Lo contrario de expropiar es
socializar, colectivizar, devolver a las manos
del pueblo todo cuanto se le había arrebatado.
La Revolución Bolivariana es un proceso
de socialización que abarca todos los ámbitos
de la vida social. Desde 1999, este proceso se
ha ido desarrollando, socializando cada vez
más elementos, incluso aquellos intangibles
como el derecho del pueblo de decidir sobre
su propio destino.
Fue el 30 de enero de 2005, en Porto Alegre,
ante el V Foro Social Mundial cuando el Presidente
Hugo Chávez anunció que impulsaría
el desarrollo de algo que denominó “Socialismo
del siglo XXI” en Venezuela. Posteriormente,
en febrero del mismo año, Hugo
Chávez declaró que la Revolución Bolivariana
era socialista. Desde entonces, la política
de Estado va en una dirección contraria al capitalismo,
siguiendo los principios del socialismo
como norte, o más bien como sur.



El Capitalismo:
explotador por necesidad

El socialismo, en general, es una corriente
contraria al capitalismo, por eso para entender
cabalmente sus lineamientos es necesario
definir el capitalismo, aunque sea a grandes
rasgos.
Las siguientes características identifican al
capitalismo:
La propiedad de los medios de producción
tiene carácter privado: Se denominan medios
de producción a todos aquellos elementos
que permiten producir bienes, es decir, maquinarias,
fábricas, herramientas y la tierra.
En el capitalismo las leyes establecen que la
propiedad sobre estos elementos es particular.
El derecho de gozar y disponer de estos
medios y de la riqueza que producen no es
grupal sino individual. El capitalismo no sólo
confisca los medios de producción, sino también
el poder mismo, la posibilidad de decidir
sobre nuestro propio destino. Los que
tienen poder económico son los que también
tienen el poder sobre la vida y la muerte de
las mayorías.
Apropiación del trabajo ajeno para producir
riqueza individual: En una sociedad donde
los medios de producción están en manos
de particulares, los no propietarios tienen
que vender a aquellos su fuerza de trabajo, su
fuerza vital. Los propietarios se adueñan de
la mayor parte de la ganancia y dan a los trabajadores
una ínfima parte de la misma en la
forma de sueldos y salarios. Una buena parte
de la ganancia se invierte en más fuerza de
trabajo y medios de producción a fin de hacer
crecer la empresa, contratar a más gente
y continuar con el ciclo. Mediante este mecanismo
cada día hay más pobres (trabajadores
y desempleados), mientras que la cantidad
de ricos (propietarios)
se reduce, pero
se hacen más ricos.



El mercado es competitivo:
El capitalismo
se rige por el
principio de la supervivencia
del más
apto.
Los dueños de
los medios de producción
compiten entre sí en una carrera por
abarcar más compradores y obtener mayor
ganancia. Esto los pone en situación de rivalidad,
los más fuertes dominan a los más débiles.
La fortaleza de un capitalista dependerá
de la debilidad de sus rivales. Esta idea impregna
a toda la sociedad, haciendo que sus
miembros den la espalda a la cooperación y
a la solidaridad, persiguiendo egoístamente
el beneficio individual, sin tener reparos en
recurrir a la aniquilación de los rivales.
El Estado funciona como elemento regulador,
a favor de los intereses de los capitalistas: El
Estado incluye, en general, la administración
pública, los tribunales, las fuerzas armadas y
la policía. El binomio poder económico-político
permite que en el capitalismo este conjunto
de instituciones posea la autoridad para
resolver a favor de los más ricos los conflictos
generados por la desigualdad, así como promulgar
y hacer cumplir las normas que regulan
este sistema: las que garantizan la propiedad
privada, la explotación y la competencia.



El Socialismo:
igualitario y solidario

El capitalismo es, por necesidad, expansivo,
depredador de la naturaleza y de los recursos
de la gente. La sociedad es un colectivo, lo
justo es que todo cuanto produce, así como
todas las riquezas que están en su territorio
sean repartidas por igual entre sus miembros.
En el capitalismo esta repartición es desigual:
a las mayorías que producen riqueza se les
paga un sueldo de hambre, mientras que las
minorías disfrutan del lujo. El socialismo consiste
en formas de relacionarse y de producir
que anulan y superan las prácticas egoístas
del capitalismo.
Partiendo de los aspectos que nos han permitido
caracterizar al capitalismo podemos
hacer ahora una identificación de los rasgos
generales del socialismo:
La propiedad de los medios de producción
tiene carácter colectivo: Los cinco siglos que
siguieron a la invasión española han sido, con
sus altas y bajas, el proceso de despojar de los
medios de producción al pueblo venezolano,
principalmente de la tierra.
Nuestros indígenas no concebían que ningún
ser humano tuviera más poder que ellos:
todos se consideraban iguales. Este pensamiento
también fue invadido y sustituido
a la fuerza, en pocas generaciones, por una
idea del mundo donde los indígenas se consideraban
ellos mismos inferiores al invasor.
Éste fue el proceso de transculturización, de
alienación, que acompañó al despojo de los
medios de producción. Las consecuencias de
esta amputación del poder político las sufrimos
hoy como pueblo.
Estos procesos fueron engrosando la masa sometida
de los que sólo contaban con sus fuerzas
físicas para sobrevivir: esclavos y esclavas,
peones, campesinos, obreros y obreras.
La aplicación de un modelo socialista en el
presente equivale a invertir el sentido de ese
proceso que durante 500 años dejó a las mayorías
completamente despojadas de medios
de producción, de soberanía política y dependientes
de los grandes propietarios.
Es fundamental en un proyecto socialista
que la tierra, los demás medios de producción
y la conciencia del poder de decisión regresen
a manos del pueblo. De eso se trata,
de socializar los elementos y el poder para que
las mayorías se hagan dueñas de su propio
desarrollo.



No hay explotación
Este punto está estrechamente ligado con
el anterior. La explotación desaparece en la
medida que la masa de desposeídos se vaya
convirtiendo en una sociedad de productores
asociados y no tengan que vender su energía
vital a otros. El campesino que siembra,
el obrero que fabrica, ya no lo hacen con el
fin de generar ganancia para el gran terrateniente
o el patrón. Todo cuanto producen va
dirigido a satisfacer sus propias necesidades
y las del colectivo. Todos y cada uno de los
integrantes de la sociedad aporta según su
posibilidad y recibe según su necesidad, sin
que una o varias personas se aprovechen de
las demás.
El mercado está regido por la cooperación,
la complementariedad y la solidaridad: La
competitividad de la sociedad capitalista es
otra desviación histórica. El paso de la animalidad
a la humanidad, el nacimiento mismo
de la sociedad humana responde a que sus
miembros tuvieron que solidarizarse entre sí
cada vez más, hacerse cooperativos y depender
unos de otros para enfrentar peligros y
satisfacer sus necesidades de supervivencia.
En el capitalismo cada individuo se considera
superior a unos e inferior a otros, supone
una idea jerarquizada de la sociedad. Cada
quien ve en el otro a un rival, a un enemigo
presto a tenderle trampas y emboscadas a fin
de neutralizarlo y dominarlo.
En el socialismo, la finalidad de la producción
no es generar ganancia a particulares,
sino producir lo que se necesita y participar
de manera justa en su distribución. Este cambio
de la finalidad de la producción transforma
igualmente el sentido del mercado. En
el socialismo, el mercado no es el escenario
donde se concurre a pugnar por la conquista
del mayor número de consumidores, lo cual
se traduce en maximizar la ganancia. Tampoco
es el ámbito donde los competidores más
fuertes anulan a los más débiles.
En un mercado complementario todos tienen
oportunidad de colocar sus bienes y servicios
para intercambiarlos. Los pequeños productores
o prestadores de servicios no corren el
riesgo de ser absorbidos ya que, en principio,
existen regulaciones que compensan su relativa
desventaja con respecto a otros.
El libre mercado capitalista tiende a la concentración
de la actividad productiva y financiera
en cada vez menos manos, absorbiendo
y aniquilando a los pequeños productores,
lo cual se traduce en empobrecimiento y dependencia.
El socialismo, como alternativa
igualitaria y justa debe crear las condiciones
para compensar las desigualdades entre los
productores, evitando que su concurrencia
al mercado sea una lucha de vida o muerte.
El gran capital, con el pensamiento único
como ideología busca consolidar un mundo
unipolar, para tener control absoluto sobre la
gente. El socialismo joven busca transformar
este mundo unipolar por uno pluripolar. Necesariamente
tiene que superar la dinámica
y la filosofía actual del mercado externo, que
más que intercambio, parece una verdadera
guerra económica.
Venezuela ha dado pasos altamente positivos
en este sentido estrechando lazos de solidaridad
y cooperación con otros países y
concretando relaciones de intercambio orientadas
al beneficio mutuo. Con esto cobra
vida, con una dimensión moderna, el milenario
principio practicado por nuestros pueblos
indígenas, que consiste en intercambiar lo que
más se tiene por lo que más tiene el otro.
El Estado defiende los intereses de los trabajadores
y trabajadoras: El Estado en el capitalismo
niega la participación directa y el
protagonismo popular. Los trabajadores conscientes
saben que en el capitalismo reciben un
salario que no les permite salir de la pobreza,
a pesar de que trabajan de manera agotadora.
Por eso el pueblo constituye una fuerza que
obliga al Estado a propiciar unas relaciones
más justas, donde se valore más su trabajo.
Por eso la democracia meramente representativa
ha sido el sistema político perfecto
para la supervivencia del capitalismo. Se trata
de una dictadura encubierta porque reduce
la participación popular al mero sufragio,
negándole al pueblo la posibilidad de actuar
directamente sobre las relaciones sociales
enajenantes que lo empobrecen.
En el capitalismo, la sociedad está subordinada
a un Estado controlado por la élite de
grandes propietarios. En el socialismo, por el
contrario, el Estado ha de responder fiel y lealmente
al mandato de las mayorías. Lo que en
el ámbito económico se traduce en auto desa
rrollo, en el ámbito político se expresa como
el autogobierno: la democracia participativa
y protagónica que convierte a cada ciudadano
en miembro activo del Estado.



El Socialismo del siglo XXI:
un socialismo repotenciado

El socialismo del siglo XXI es un concepto en
plena construcción. Hace apenas dos años el
Presidente Hugo Chávez se refirió a este nuevo
socialismo, a la vez que invitaba a la discusión
a todas las fuerzas vivas del país con
el fin de irle dando forma a esta propuesta.
Ya ha cobrado vida y la discusión está abierta,
hoy encontramos en Internet 402 mil entradas
que refieren a este tema. Y van en aumento.
El joven socialismo del siglo XXI será criado
colectivamente por todos y todas, sobre la
marcha, gracias a la discusión y a los aportes
que hagamos en su formación. Esto es altamente
positivo ya que no se trata de una receta
impuesta, confeccionada por un pequeño
grupo de notables, reproduciendo lo que sería
una práctica no democrática. Las fuerzas
vivas de nuestro país nunca habían tenido
la oportunidad de participar en el diseño y
velar por el sano crecimiento de un modelo
político y socio-económico a su medida, los
anteriores han sido impuestos.



Aprendiendo de sus ancestros
Si bien nuestro nuevo socialismo acaba de
nacer, es importante destacar que toda la tradición
socialista que se inicia con Karl Marx y
Frederic Engels, pasando por Lenin, Rosa de
Luxemburgo y Antonio Gramsci, entre otros,
juega un papel vertebral en su conformación
ya que constituye la única explicación científica
de la sociedad y, en especial, del capitalismo.
Por esta razón, como mínimo, comparte
las características que hemos explicado para
dicho modelo.
En la aplicación del socialismo científico,
durante el siglo XX, se cometieron muchos
errores. Estos desaciertos condujeron al desplome
de la Unión Soviética. Pero el capitalis
mo, por su esencia depredadora, no ha dejado
de demostrar que su tendencia es acabar con
la vida del planeta, incluyendo al ser humano.
Los principios del socialismo garantizan
la vida y la felicidad del ser humano, ponen
cada cosa en su sitio y devuelve a todos y todas
lo que le originalmente les pertenecía. No
hay otra alternativa que realmente hiera de
muerte al monstruo del capital.
El socialismo científico sigue vigente como
arma de guerra contra la explotación. Los
pueblos lo utilizan en el proceso revolucionario
para hacer justicia. Por eso el Socialismo
del siglo XXI se basa en el viejo socialismo,
pero se adapta a los nuevos tiempos y
lugares, tomando lo bueno de la experiencia
del siglo XX, se enriquece y se amplía con
nuevos conocimientos de otros pueblos y
corrigiendo las tendencias erróneas que nos
obligaron a replegarnos. De esta necesidad
nace el Socialismo del siglo XXI, es el socialismo
“repotenciado”.



Un socialismo ecológico
De las experiencias de aquel socialismo,
también llamado “socialismo real”, el del siglo
XXI toma algunas enseñanzas. El nuevo
socialismo no debe repetir los errores del pasado
como subordinar al ser humano y a la
naturaleza al desarrollo ilimitado de la gran
industria. Por esta razón, esta nueva corriente
del socialismo aboga por sistemas productivos
alternativos, como las pequeñas industrias
locales controladas directamente por la
gente y que respeten la madre naturaleza que
es la fuente de toda la vida.
Un socialismo respetuoso que cree en
los poderes creadores del pueblo
En el Socialismo del siglo XXI, el Estado no
debe reproducir la actitud paternalista. El Estado
que todo resuelve, que suministra todos
los recursos, estimula la pasividad y atrofia
las capacidades creativas de la población. Por
eso el nuevo socialismo, a diferencia del anterior,
deposita todo el poder en la gente a la
hora de tomar decisiones e invoca sus capacidades
creativas y asociativas.
De la mano con el paternalismo está el totalitarismo.
El Estado en el socialismo del siglo
XXI no puede imponer su criterio, coartando
la libertad y los derechos de la población,
negando el sustrato tradicional de los
pueblos. Más bien, debe encarnar la voluntad
popular y velar por la consolidación de
la unidad, basada en el reconocimiento de la
diferencia.

Varios socialismos en uno
Uno de los mayores aportes críticos del
siglo XXI para la construcción del nuevo
socialismo es el reconocimiento de que el
capitalismo y sus males no se superan solamente
con los conocimientos aportados
por el socialismo marxista. Las enseñanzas
de Cuba sobre este particular son notables.
La revolución cubana no se hubiera fortalecido
a través de los años sin el despliegue
de su capacidad de engendrar respuestas
autóctonas a los retos históricos que le ha
tocado superar.
Desde alejadas y distintas regiones, los ríos
tributarios conducen la vida, los nutrientes
y minerales, hasta que confluyen todos en
un gran y majestuoso caudal enriquecido.
De la misma forma, la gran corriente del Socialismo
del siglo XXI se nutre de múltiples
experiencias sociales vividas por distintos
pueblos y colectivos en su lucha contra la
injusticia en otros confines de la geografía
y del tiempo. Muchos de estos grupos han
estado excluidos e ignorados. Al margen de
nuestras experiencias ellos han inventado
sus propias sociedades y no es casual que
hoy busquemos en ellos respuestas a la crisis
de nuestro propio modelo de civilización.
Las palabras de los pueblos indígenas en el
IV Congreso Nacional Indígena (mayo de
2006), parecen responder a nuestro llamado:
A todas las comunidades indígenas,
a todas las naciones y gobiernos del
mundo, a todas las iglesias desde el
corazón de la Maloca de la Amazonía
les anunciamos que la fuerza de los pequeños
es vida del mundo. Como los
arroyos y manantiales que confluyen
en el gran río Amazonas, así desde
los pueblos que nacemos en los cuatro
vientos hemos venido a juntar nuestros
corazones y palabras a orillas de
este río sagrado.
Recientemente, el proyecto socialista del siglo
XXI ha reivindicado los modos de producción
igualitarios de las sociedades indígenas.
Los pueblos indígenas se han perpetuado durante
miles de años sin establecer relaciones
de explotación y sin atentar contra el equilibrio
de la Naturaleza. Son grupos que desde
nuestro punto de vista pueden ser identificados
con el socialismo. Sus formas de vida son
una vasta fuente de saberes para la emancipación
y para construir una sociedad integrada
por seres humanos que no se enfrenten
entre sí ni con la naturaleza, sino que en
tiendan que forman
parte de la misma y
que cualquier daño
que le ocasionen repercutirá
sobre ellos
mismos.



El Socialismo del
siglo XXI pasa también
por la revisión
obligada del pensamiento
emancipador
marxista latinoamericano del siglo XX:
José Carlos Mariátegui (Perú), Julio Antonio
Mella, Fidel Castro Ruz, Ernesto “Che” Guevara
(Cuba), Augusto César Sandino (Nicaragua)
y Farabundo Martí (El Salvador), entre
otros. Tampoco se olvida de la tradición
antiimperialista, donde figuran entre muchos
otros, el pensamiento y los procesos emancipadores
encabezados por Simón Bolívar, Antonio
José de Sucre, José Gervasio Artigas y
José Martí.
Un socialismo feminista
Cuando se habla de reivindicar sectores
marginados, explotados, oprimidos y descalificados
no se puede olvidar a las mujeres.
Muchos siglos antes de la aparición del capitalismo
ya la mujer estaba subyugada por
una ideología aún reinante que favorece y
realza a los hombres, que las excluye del conocimiento,
de la vida pública y las convierte
en objetos, pero a su vez las obliga a trabajar
para ellos. La mujer, en la historia de la humanidad,
ha jugado un papel de primer orden
y, además, en su exclusión se ha hecho
sabia. El nuevo socialismo estaría incompleto
si no reconoce y retribuye especialmente todo
lo que, desde su diferencia, hace la mujer por
la sociedad. El socialismo del siglo XXI, si no
es feminista no es socialismo.
Un socialismo sabio
El socialismo del siglo XXI es una ventana
abierta a un panorama pleno de respuestas
para quienes quieren vencer la injusticia.
Desde allí se divisa a Bolívar al frente de un
pueblo en armas cruzando los Andes para
dar caza al invasor español, los indígenas
americanos defendiendo la Pacha Mama
(madre tierra) con flechas y lanzas, los cimarrones
negros lanzando el yugo, Zamora
gritando “¡Tierra y hombres libres!”, los
barbudos en Sierra Maestra conquistando
la dignidad de Cuba. Más allá está la epopeya
española por construir la República,
la guerra casi eterna del pueblo de Vietnam
contra sus invasores, Mahatma Gandhi
y su gente expulsando a los ingleses de
la India con un rudimentario telar casero
como única arma, Mao Tse-tung al frente
de la Revolución Cultural China y en el
horizonte, Jesús de Nazareth enfrentando
al poderoso Imperio Romano con la frase:
“ama a tu prójimo como a ti mismo”.
Las experiencias de cada país y de cada región
tienen un gran peso en la conformación
de un socialismo adaptado a cada realidad,
porque estas experiencias han dejado su huella
en la conformación del signo cultural distintivo
de cada pueblo y de cada comunidad. Por eso,
más que hablar de una sola fórmula, es más
preciso pensar en los socialismos del siglo XX.



Socialismo a la medida
El Socialismo del siglo XXI en Venezuela
bebe de tres fuentes, de tres referencias, que
son esenciales para entender el proceso que
ha permitido la conformación de nuestra sociedad:
la gesta emancipadora republicana
encabezada por el Libertador, Simón Bolívar;
la revolución federal, representada por Ezequiel
Zamora y el pensamiento de Simón Rodríguez,
el maestro del Libertador.
Del Libertador y su gesta emancipadora se
recoge una caudalosa e inclaudicable corriente
soberanista de resistencia al imperialismo.
La integración de los pueblos latinoamericanos,
hermanados por la Historia, también está
presente en el pensamiento del Libertador y
cobra vigencia hoy, cuando el imperio del capital
busca desunirnos para someternos. El
nuevo socialismo también recoge el inspirado
pensamiento del Libertador en cuanto a la
igualdad y libertad de los ciudadanos y una
República gobernada por la soberanía absoluta
del pueblo.
Ezequiel Zamora ha sido considerado como
un precursor del socialismo en Venezuela. Su
ideario y su obra política y militar han servido
de inspiración para la izquierda desde los
años sesenta, ya que fue un encendido promotor
de una vasta y radical reforma agraria
a mediados del siglo XIX. En 1846, al frente
de un ejército de campesinos desposeídos, se
alzó en armas contra el poder conservador
que encarnaba los intereses de los grandes terratenientes.
Su gesta, hija de Bolívar y los
libertadores, legitimó el principio de que las
armas no están contra el pueblo, por el contrario:
las armas en manos del pueblo son la
garantía de la democracia y la soberanía de
la República.
Simón Rodríguez fue un hombre que se adelantó
a su tiempo. Profundamente influencia
do por las ideas revolucionarias de Rousseau,
defendía la idea de que las nacientes Repúblicas
de América debían inventar sus propias
instituciones. Si por el contrario, copiaban
modelos de otras sociedades sucumbirían en
un error fatal. Propuso un modelo de avanzada
con ideas sobre el funcionamiento de las
escuelas, la forma y el contenido de la educación
que debía impartirse a los niños en los
primeros años.



Un socialismo cristiano
Por encima de todo está Jesús de Nazareth.
Jesús llegó al Medio Oriente a liberar al pueblo
judío de la opresión a la que era sometida
por el Imperio Romano. Esperaban a un
guerrero, como David, pero el liberador no
fue otro que el hijo de un humilde carpintero
y esto marcó el principio de una revolución
que transformó la historia de la humanidad.
En aquel entonces no se hablaba de socialismo,
pero sí de liberación, Jesús predicó el
amor al prójimo como camino de la emancipación.
Esto no era otra cosa que convocar al
pueblo a la unión y a la solidaridad con los
pobres y oprimidos: “Dichosos los sometidos
porque ellos van a heredar la tierra”, “Dichosos
los que tienen hambre y sed de justicia
porque van a ser saciados”, dijo a la multitud.
Fue tremendamente subversivo, como lo
es hoy hablar de justicia social, predicar la
doctrina de la solidaridad con los pobres y la
unión de los débiles en una sociedad donde a
los opresores les convenía disociar a las mayorías
oprimidas y mantener la dependencia
de los pobres. Por esto, Jesús fue ejecutado por
las autoridades imperiales, pero su semilla no
cayó en tierra infértil. Hoy, hasta la ciencia reconoce
que la salvación de la especie depende
de la solidaridad y no de la competencia, de
la igualdad, de la unión, en fin, del amor. Por
esto, el Presidente Hugo Chávez lo reconoce
como el comandante en jefe de la Revolución.



Un socialismo sano,
fuerte y con futuro

En Venezuela, el Gobierno Bolivariano comenzó,
desde 1999, a trabajar hacia la socialización
del bienestar, la participación política
y las oportunidades. Exponente de ese trabajo
es la creación del parlamentarismo de calle y
el funcionamiento de los Consejos Comunales
como órganos populares de decisión y acción.
La renta petrolera ya no es beneficio de
pocos, los venezolanos sienten, por fin, que
Venezuela es de todos. Están en marcha más
de 20 Misiones Bolivarianas con exitosos resultados.
Todas las misiones se corresponden
con la idea socialista. Se ha desarrollado la
producción cooperativista, las empresas de
producción social, hay cada día más empresas
cogestionadas y autogestionadas.
El Socialismo del siglo XXI representa la
profundización y extensión del socialismo en
todas las direcciones: nacionalización y socialización
de distintos rubros de la producción
y de los servicios; difusión y enseñanza de
una ética socialista que destrone definitivamente
al individualismo; reforzamiento de la
auto producción; consolidación de relaciones
de intercambio con nuestros vecinos del sur
basadas en la cooperación, la solidaridad y la
complementariedad. El camino es largo, pero
es el camino, Venezuela ya divisa la cruz del
sur, punteadora del rumbo hacia el socialismo
del siglo XXI.



Referencias Consultadas
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de 2006). El significado del socialismo
del siglo XXI para Venezuela. En
http://www.rebelion.org/noticia.
php?id=35079
Indice
Una larga gestación .................................................. 5
Primeros dolores de parto
y nacimiento ............................................................. 9
El Capitalismo:
explotador por necesidad ...................................... 11
El Socialismo:
igualitario y solidario ............................................ 13
No hay explotación ................................................ 16
El Socialismo del siglo XXI:
un socialismo repotenciado ................................. 20
Un socialismo ecológico ........................................22
Un socialismo respetuoso que cree
en los poderes creadores del pueblo .................. 23
Varios socialismos en uno .....................................24
Un socialismo feminista ........................................26
Un socialismo sabio ............................................... 27
Socialismo a la medida ..........................................28
Un socialismo cristiano ......................................... 30
Un socialismo sano,
fuerte y con futuro.................................................. 31

EL SOCIALISMO HOY

Pensar el Comunismo, el Socialismo hoy: Actualidad de la revolución y ad-venir del Socialismo. Anotaciones desde una perspectiva marxiana (y latinoamericana)
Autor: Admin

Autor: Aldo Casas * **

¿Es correcto seguir hablando de la actualidad de la revolución en esta fase histórica signada por una relación de fuerzas desfavorable y el notorio déficit teórico y estratégico de los trabajadores en general y las organizaciones de izquierda en particular? Y en tal caso, ¿qué "rango" o alcance tiene semejante caracterización? ¿Qué conclusiones prácticas pueden derivarse? Creo que en torno a estas cuestiones puede desarrollarse una fecunda discusión y espero que este artículo ayude a suscitarla. No constituye un ensayo acabado, sino más bien anotaciones que resultan de un doble empeño: elucidar el curso de la lucha de clases en Latinoamérica con la ayuda de una determinada perspectiva marxiana y re-pensar esta tradición teórico-política para desarrollarla en función de responder a los desafíos de la lucha de clases en lo que algunos estudiosos consideran nuevo "momento constitutivo" de las sociedades latinoamericanas, desafíos cuyo desenlace podría fundar por largo tiempo el "modo de ser" del continente.[1]

El horizonte marxiano (mirando desde el sur)
No se me escapa que existen diversos "marxismos" y que el legado de Marx mismo es polémico y polifónico. Un Marx empeñado en asimilar y discutir con la ciencia de su época; un Marx que utiliza y discute la rica tradición filosófica que suele denominar deutschen Wissenchaft (o sea, "ciencia alemana") para resistir la avasallante influencia del positivismo; un Marx que discute con los dirigentes obreros de su época, con su amigo-colaborador Engels y consigo mismo. Un Marx que no se concede reposo en la permanente tarea de interpretar y combatir los fetiches y enigmáticos desplazamientos del capital, siempre presentes y siempre cambiantes. Considero además insensata la pretensión de volver a un Marx "puro", como si no existieran las mil y una lecturas e interpretaciones que alentó, inspiró o posibilitó, como si pudieran ignorarse las prácticas políticas que durante un siglo y medio fueron referenciadas para bien y para mal (sobre todo para mal) con su obra. En suma, es inevitable que el "marxismo" exista a través de interpretaciones, porque lo que Marx legó en gran medida fue un lenguaje, una empresa crítico-revolucionaria, un proyecto abierto, un combate en desarrollo.
Digo entonces que, como parte de ese combate que se libra en múltiples frentes y tiene desarrollos en gran medida imprevistos, "mi" interpretación (una interpretación colectiva, como es obvio) recupera y destaca los trazos gruesos de un marxismo que no es liberticida sino, más bien, libertario. Y que, por añadidura, se asume "situado": como en todo el mundo, pero más que en el resto del mundo, nuestro marxismo anticapitalista debe ser apuntado también y al mismo tiempo contra el eurocentrismo y la colonialidad del poder.[2]

En el comienzo, fue la crítica…
Para inscribir estas notas en el horizonte más general de la reflexión marxiana que reivindicamos, es conveniente comenzar por refutar, una vez más, la persistente leyenda que -utilizando expresiones ocasionales o sacadas de contexto- insiste en presentar a Carlos Marx como el fundador de una "Filosofía de la Historia" teleológica, orientada por la supuesta ineluctabilidad del comunismo. Por el contrario, el conjunto de su trabajo constituye un formidable y perdurable aporte a la comprensión de la humana autoconstrucción condicionada de la historia, integrando la tensión entre el carácter teleológico de los actos individuales y la causalidad que opera a nivel de la reproducción social total.
Nuestro Marx tampoco es el artífice de una nueva concepción económica destinada a competir con los teóricos de la burguesía o fundar una supuesta "economía socialista". Lo que muchos consideraron una obra "económica" fue en realidad una crítica continuamente renovada, y no sólo de la "economía política". Marx, como bien señala Jean-Marie Vincent:
(…) no podía conformarse con criticar tal o cual tesis de Adam Smith o de Ricardo: debía también elucidar la relación de la economía en tanto realidad social, en cuanto construcción social de representaciones y como conjunto simbólico opaco y opresivo […] la crítica de la economía política no puede ser una teoría económica mejor ni la búsqueda de leyes positivas de la economía. Sólo puede ser otra manera de pensar la economía o, más aún, otra manera de pensar las relaciones entre actividad teórica y sociedad.[3]

Tan ambicioso fue su empeño crítico, que estuvo lejos de llevarlo hasta el fin.
En primer lugar porque Marx no escribió ese libro llamado El capital, sino que fue más bien el autor de cuatro redacciones de El capital: todas distintas y todas inacabadas.[4] En segundo lugar, porque la expansión del capital nunca se detuvo y "el hacerse mundo del capital, que es también el hacerse capital del mundo" pone de manifiesto limitaciones que en otros momentos pasaron inadvertidas.[5]

Sin embargo, nada de eso opaca su formidable legado: Marx develó las razones por las cuales el capital (relación social a través de la cual el objeto producido deviene sujeto y comando sobre el productor) implica la incontrolabilidad de la vida social. Esta escisión antagónica produce y reproduce continuamente el fetichismo y la alienación que se proyectan desde la mercancía y el dinero hasta el Estado. Penetrando más allá de las apariencias, pudo asimismo advertir que la igualdad política de los ciudadanos encubría las desigualdades sustanciales que existen en la sociedad capitalista "pues el poder político es precisamente la expresión oficial de la contradicción de clase dentro de la sociedad civil." [6] De allí, finalmente, la comprensión de que la emancipación humana implica quebrar esa dominación del capital, revolucionando también el poder político que, disueltos los antiguos lazos de dependencia personal característicos del feudalismo, se construyó (y se recrea permanentemente) sobre la base del antagonismo moderno. La trayectoria que va desde sus escritos juveniles a los trabajos póstumos es inconmensurable, original y en continuo desarrollo. Ello fue así, en gran medida, porque la crítica de Marx fue siempre radical, y ello en un sentido muy preciso que es necesario rescatar:
Es cierto que el arma de la crítica no puede sustituir a la crítica de las armas, que el poder material tiene que derrocarse por el poder material, pero también la teoría se convierte en poder material tan pronto como se apodera de las masas. Y la teoría es capaz de apoderarse de las masas cuando argumenta y demuestra ad hominem, y argumenta y demuestra ad hominem cuando se hace radical. Ser radical, es atacar el problema por la raíz. Y la raíz, para el hombre, es el hombre mismo.[7]

Revolución social, comunismo, auto-transformación
Partidario de la revolución social, Marx asumió la necesidad de la lucha política sin dejar de lado una crítica sustancial de la misma. A la idealización de la política como supuesto terreno de comunicación y realización humana, opuso la sólida convicción de que constituía en realidad una "mala mediación". No superación, sino más bien expresión de las limitaciones materialmente ancladas en el antagonismo social que impiden a los hombres manifestarse plenamente como tales.
Desde los tempranos textos que reflejan y expresan su pasaje al comunismo, Marx aporta (¡revolución en la revolución!) un enfoque innovador tanto de la revolución como del comunismo. Lejos de considerarse el profeta de un paradisíaco tiempo futuro, sostuvo que "el comunismo no es un estado que deba implantarse, un ideal al que haya que sujetarse la realidad. Nosotros llamamos comunismo al movimiento real que anula y supera al estado de cosas actual."[8] Y en el Manifiesto se repite:
Los comunistas […] No proclaman principios especiales a los que quisieran amoldar al movimiento proletario […] Las tesis teóricas de los comunistas no se basan en modo alguno en ideas o principios inventados o descubiertos por tal o cual reformador […] No son sino la expresión del conjunto de las condiciones reales de una lucha de clases existente, de un movimiento histórico que se está desarrollando ante nuestros ojos.[9]
Basta escribirlo, para advertir que existe un abismo entre esas palabras y la mayor parte de lo dicho y hecho por las grandes fuerzas políticas que actuaron en su nombre durante un siglo y medio. Pese a lo cual (o tal vez precisamente por eso) pienso que es tiempo de retomar la perspectiva comunista postulada no ya como un modelo social impuesto (y fracasado), sino más bien como realidad en devenir.
Por su trascendencia, la cuestión merece un examen detenido. Para Marx (y así debe ser también para nosotros) la revolución es emancipación de los oprimidos, o deja de serlo. Revolución es, por lo tanto, empeñarse en una transformación total: la creación de una nueva sociedad.[10] Porque el mundo del capitalismo nos expropia, nos desvaloriza y tiende a convertirnos en nada, debemos cambiar todo, y nadie puede hacerlo por nosotros. Como Marx y Engels sostuvieron desde 1840, y lo inscribiera en sus Estatutos la Asociación Internacional de los Trabajadores, en los albores del movimiento: "La emancipación de la clase obrera debe ser obra de la clase obrera misma". Pero este principio nos enfrenta con un desafío que parece casi insuperable: debemos generar masivamente la conciencia de que se necesita ese cambio total, realizando para ello y al mismo tiempo dicho cambio… Marx lo "resumió" de una manera tan elocuente como enigmática, escribiendo:
(…) que, tanto para engendrar en masa esta conciencia comunista como para llevar adelante la cosa misma, es necesaria una transformación en masa de los hombres, que sólo podrá conseguirse mediante un movimiento práctico, mediante una revolución; y que, por consiguiente, la revolución no sólo es necesaria porque la clase dominante no puede ser derrocada de otro modo, sino también porque únicamente por medio de una revolución logrará la clase que derriba salir del cieno en que está hundida y volverse capaz de fundar la sociedad sobre nuevas bases.[11]
¿Cómo resolver el acertijo? Puede ayudarnos prestar la debida atención al "movimiento histórico que se está desarrollando ante nuestros ojos", por cuanto en América Latina se está produciendo una confusa pero vital irrupción de las clases subalternas, animando movimientos y prácticas sociales con una potencia que, más allá de ambigüedades y contradicciones, contrasta con la continuada y repetitiva descomposición de las políticas "institucionales" (sirvan como ejemplo los discursos de los partidos de "izquierda" y "centroizquierda" en el llamado Foro de San Pablo, o la orientación de los gobierno de Lula, Tabaré o Bachelet…). Y son muchos los movimientos sociales que, chocando con las políticas represivas o clientelares del poder establecido, advierten que "la política está en otra parte", buscan articular "otra política" y exploran formas de democracia directa a través de las cuales individuos de concretas comunidades deliberan y resuelven de manera colectiva cuestiones atinentes a su vida cotidiana y existencia material… No es correcto idealizar estas diversificadas experiencias y construcciones, como suelen hacer algunas vertientes del "autonomismo", porque es evidente que en ningún caso han logrado "soluciones" duraderas y tras cualquier conquista parcial los problemas de la explotación y opresión apremian como siempre. Sin embargo, es preciso asumir y reivindicar estos movimientos y luchas por algo que, siendo muy sencillo y aún evidente, muchos izquierdistas dogmáticos y sectarios no pueden entender: estos movimientos sociales no han resuelto los problemas de fondo, pero sí han comenzado a cambiar el terreno y los términos en que dichos problemas se plantean. Su gran importancia reside en que constituyen genuinas aproximaciones a una práctica revolucionaria, y en este sentido preciso podremos ayudar a desarrollarlas asumiendo esta preciosa indicación de Marx: "La coincidencia del cambio de las circunstancias y de la actividad humana o auto-cambio sólo puede ser entendida y racionalmente comprendida como práctica revolucionaria."[12]

La clave es entender y asumir la práctica revolucionaria.
Esto debe prevenirnos contra la aceptación ingenua de "lo dado" (como si el grado de organización y acción en cada momento fueses genuina expresión de los intereses y voluntad de los trabajadores), así como también contra la no menos simplista idea de que todo se resuelve con "la lucha". Porque si es cierto que todas las luchas son importantes, no es menos evidente que por sí mismas no indican un camino, no destruyen el fetichismo y las representaciones socialmente aceptadas bajo las cuales (mal)vivimos. La experiencia histórica nos indica que ni siquiera los momentos de grandes convulsiones y crisis del orden establecido aseguran el pasaje a nuevas prácticas y a otra visión de la sociedad y el mundo, porque estas construcciones sociales no caen del cielo, ni de alguna inspirada consigna. Requieren una esforzada preparación revolucionaria que, bueno es aclararlo, no puede ser aportada ni dirigida "desde afuera". Citando nuevamente a Jean-Marie Vincent:
(…) las acciones colectivas deben ser, permanentemente, transformadoras de las relaciones en que están insertos los grupos sociales y los individuos explotados. Las acciones colectivas, incluso cuando son defensivas, no deben limitarse a lo inmediato, sino poner en movimiento procesos que apunten a cambiar en profundidad los posicionamientos de unos y otros.
Y se requiere también
(…) una lucha contra la fragmentación de los puntos de vista poniendo en evidencia sus enlaces, una lucha por la totalización de experiencias dispersas, contra las separaciones fetichistas entre política y economía o vida privada y vida pública. Y todo esto debe ser claramente dirigido contra la vida que no vive, contra la vida que no se vive si no es olvidándola, y retomando el tema de cambiar la vida mediante el cambio de las prácticas y mediante la transformación de los individuos y sus relaciones.[13]

Libertad comunista
Pienso que la batalla por el comunismo así asumida es consustancial de una concepción y reivindicación de libertad que desborda el enfoque liberal de la libertad individual contingente y potencia la tendencia de los hombres a liberarse de la necesidad para reapropiarse de una libertad verdadera y socialmente compartible. Y encuentro que semejantes perspectiva y tendencia palpitan en las nuevas formas de organización y lucha que irrumpen "desde abajo y a la izquierda" (el dicho es de los zapatistas) a lo largo y ancho de nuestro continente. Este aspecto del combate adquiere gran importancia por una suma de razones, que van desde la necesidad de enfrentar los ominosos mecanismos de vigilancia y represión que las potencias "democráticas" han puesto en marcha en el marco de la infinita "guerra contra el terrorismo", el balance enteramente crítico que debe merecernos el carácter opresivo y represivo que tuvieron los regímenes del mal llamado "socialismo real", así como también, last but not least, el burocratismo autoritario que se ha impuesto y reina en prácticamente todas las grandes organizaciones políticas y sindicales del movimiento obrero.

Debemos retomar y valorar el combate por la libertad.
Giuseppe Prestipino, que aborda con profundidad y rigor esta cuestión, recuerda que ya el Manifiesto definía al comunismo como "una asociación en la que el libre desenvolvimiento de cada uno será la condición para el libre desenvolvimiento de todos." [14] Repasa luego los aportes de marxistas que reconociendo el valor no contingente de algunas "libertades negativas", privilegiaron muy justificadamente la lucha por una libertad positiva entendida como la libertad común de cada uno y de todos, que incrementa la de todos y cada uno. Y presenta la noción de la libertad comunista en estos términos: la libertad (de hacer, de tener, de saber, de deliberar) que consigo para mí es mayor si todos la obtienen igualmente e, inversamente, si no oprimo directa o indirectamente a otro, también yo soy más libre; si el otro no es un sujeto alienado, mayor será también mi dignidad.
El reconocimiento marxiano de la libertad, concebida sobre todo como tendencia o movimiento, tiene diversas facetas o niveles. Libertad, como conciencia y manejo de la necesidad, con la mediación dialéctica del trabajo. Libertad, como conquistada libertad común de los individuos asociados… Y es un progreso teórico y político advertir que la libre voluntad se verifica también y sobre todo en el reconocimiento, no ya de la necesidad, sino de los posibles.[15] Gramsci en particular subrayó que la voluntad política deja de ser un registro de supuestas necesidades unívocas, para convertirse ella misma en uno de los llamados "factores objetivos", elevándose al nivel de una voluntad capaz de hacer una síntesis entre sí misma y el conjunto de los condicionamientos objetivos. Afirmando que la libertad es la dialéctica de toda la historia humana, pero que en determinado momento histórico se hace también "consciente de serlo", nos indica que a la dialéctica entre necesidad y libertad se suma una dialéctica superior entre libertad "objetiva" y conciencia "subjetiva" de la libertad.[16]
En suma, la marxiana crítica de las libertades formales no conduce al "liberticidio", sino a la conjugación de las "libertades menores" en una libertad mayor que es la libertad de contribuir a la construcción de una "voluntad general" capaz de revolucionar el actual ordenamiento social, lo que exige un genuino pluralismo socialista:
(…) la condición elemental para la puesta en práctica de de los principios de una transformación socialista […] es la producción de una conciencia de masas socialista como única forma factible del auto-desarrollo de la acción en común. Y esta última, claro está, tan sólo puede surgir de los constituyentes verdaderamente autónomos y coordinados (no dominados y manipulados jerárquicamente) de un movimiento inherentemente pluralista.[17]

Ir más allá del capital
Si queremos hacer la revolución, debemos se capaces de impulsar una práctica revolucionaria incluso bajo relaciones de fuerza desfavorables, y mantener en todo momento presente la perspectiva histórica explicitada por Marx. El capitalismo como sistema conformado históricamente (y el sistema de metabolismo social del capital, a otro nivel de análisis) se basan en una especie de trípode, cuyos pilares constitutivos son el capital, el trabajo asalariado y el Estado. Ricardo Antunes ha escrito que tanto la teoría como la experiencia histórica que deja la desaparición de la URSS indican que el multiforme enemigo contra el cual se levantan nuestros pueblos "no puede ser superado sin la eliminación del conjunto de los elementos que comprenden este sistema. No basta con eliminar uno o dos de sus polos. El desafío es superar a los tres elementos, entre los que está incluida la división social jerárquica del trabajo, que subordina el trabajo al capital."[18] En igual sentido, el cubano Guillermo Valdés Gutiérrez nos dice que "el reto del socialismo es ir más allá de la lógica del capital, superar lo que llamamos sistema múltiple de dominación del capital."[19]
Por otra parte, para lograrlo no basta con una perspectiva histórica, por correcta que sea. Es preciso ayudar a construir desde abajo una alternativa política que vaya más allá del capital, y debemos evitar las formas de organización y acción que, incluso sin quererlo, vuelven a encerrarnos en los marcos de la vieja política, con sus prácticas e instituciones. Formular otra política comienza por advertir que (más allá de las dispares formas y contenidos que asume en cada uno de nuestros países) existe una profunda "crisis de la política". Es una crisis de legitimidad articulada con la crisis estructural del capitalismo como modo de reproducción metabólica social que implica también la crisis de sus marcos estatales de regulación y control. Como resultante más o menos imprevista de esta crisis estructural, de la descomunal ofensiva en que el capital está empeñado desde la "revolución conservadora" de los años ’80 y de las resistencias que la misma despierta, asistimos a un cambio histórico en las condiciones del antagonismo entre capital y trabajo, y a lo que algunos llaman crisis civilizatoria. En Latinoamérica esto se siente con particular agudeza, y empuja a que explotados y oprimidos busquen nuevas y diferentes formas de reivindicar sus intereses vitales. De hecho, por primera vez en la historia se revela imposible mantener una muralla entre reivindicaciones inmediatas y objetivos estratégicos generales (separación que en el pasado facilitó diversas mistificaciones que contribuyeron a bloquear al movimiento obrero tradicional y lo condujeron al callejón sin salida del reformismo). Se coloca en la agenda histórica de "los de abajo" el imperativo impostergable de dar pasos hacia el control de un orden social metabólico alternativo a las contradicciones crecientemente destructivas del capital, lo que implica ir poniendo en pie las mediaciones políticas y materiales que para ello sean necesarias en cada situación concreta.[20]

Transiciones en Latinoamérica
En los diversificadas y complejos procesos de lucha de clases que recorren nuestro continente, debemos prestar particular atención a lo que llamo el ad-venir del socialismo. Quiero decir, recuperar la capacidad de escudriñar la realidad de modo tal que nos permita contribuir a que, "en la lucha contra el actual estado de cosas" se afirmen elementos, bases o puntos de apoyo de una socialidad distinta… Esto constituye un punto de referencia decisivo: no tanto lo que estaría por-venir en algún indeterminado momento futuro, sino lo que ya está ocurriendo, lo que hoy mismo está incorporándose a la realidad con las luchas y reclamos de la gente. Pensar en el ad-venir del socialismo enriquece la perspectiva y la concepción misma de transición adquiere nuevas dimensiones, en relación con la tarea de pensar y explorar formas de lucha y de organización, maneras de producir y de establecer relaciones sociales radicalmente distintas para enfrentar la crisis en su doble dimensión de crisis estructural del capital y crisis civilizatoria.
Lo que ha venido ocurriendo en Venezuela es muy ilustrativo y, como escribe Miguel Mazzeo
La Revolución Bolivariana nos convoca a pensar-actuar en términos de transición, costumbre que había caído en desuso, categoría de arriesgada frecuentación. El pasaje de la necesidad a la libertad no se puede concebir como un acto único, abrupto y unidireccional. Existen mediaciones. Y existen porque el proceso de construcción del socialismo no se desarrolla en el vacío, sino en el marco de una determinada realidad histórica. La conciencia de amplios sectores que están protagonizando la revolución es auspiciosa: se ven a sí mismos transitando los primeros tramos de un proceso de construcción contra-hegemónica.
La transición venezolana tuvo, tiene y tendrá brillos y opacidades. Jamás podrá ser lineal e incontaminada, dado que se trata, nada más y nada menos, de salir del capitalismo, de su cultura totalizante, de sus lógicas que combinan la explotación, la dominación y la reproducción. Se trata de construir una visión latinoamericana del socialismo y un nuevo paradigma emancipador.[21]
Se podrá replicar que nada de eso se parece a la Revolución de Octubre de 1917, ni a la Revolución China, ni a la Cubana; se dirá que no existen ni Partido Bolchevique, ni Ejército Popular de Liberación, ni Comandancia Guerrillera... Es cierto, y sin embargo, allí está la revolución: casi diría que no parecerse a las anteriores no representa una carencia sino una confirmación adicional de su potencialidad. Después de todo, fue Marx quien nos previno que, lejos de sujetarse a cualquier "modelo" las revoluciones proletarias
(…) se critican constantemente a sí mismas, se interrumpen continuamente en su propia marcha, vuelven sobre lo que parecía terminado, para comenzarlo de nuevo desde el principio, se burlan concienzuda y cruelmente de de las indecisiones, de los lados flojos y de la mezquindad de sus primeros intentos.[22]
Por lo tanto, debemos estar dispuestos a reformular nuestras hipótesis estratégicas. Sobre esta cuestión, conviene comenzar con una doble delimitación. Discrepo con quienes insisten en llamados (de manera abstracta e intemporal, por añadidura) a "la toma del poder", porque teórica y prácticamente se ha puesto en evidencia que ni "el poder" ni "el Estado" pueden ser tratados como una cosa u aparato que deberíamos arrebatar a la burguesía y poner a funcionar para la revolución. Tampoco coincido con la formulación de "cambiar el mundo sin tomar el poder", porque deja de lado las mediaciones necesarias para enlazar la idea de la revolución con las exigencias de un combate efectivo contra el capital y su Estado y porque se desentiende de la batalla por construir la fuerza o bloque social contra-hegemónico con el poder de cambiar el mundo.
Personalmente, me considero tributario de la rica tradición teórico-política del "consejismo" en su más amplio sentido[23] y de las "lecciones" derivadas de una extensa experiencia latinoamericana.[24] Pero precisamente porque valoro todo ello, siento que insistir en la idea más o menos clásica del "doble poder"[25] tiene limitada utilidad. A la luz de la situación, experiencia y conciencia actual del movimiento obrero, es muy poco creíble la perspectiva cultivada por pequeñas organizaciones que privilegian su fortalecimiento por encima de cualquier otra construcción, suponiendo que, llegado el momento, la crisis hará que broten organismos de tipo soviético listos para que "la dirección revolucionaria" los conduzca en el asalto al poder. Por otra parte, incluso si admitiéramos que por alguna imprevisible combinación de circunstancias se concretara tan improbable hipótesis, cabe preguntarse: ¿semejante "poder" tendría realmente la capacidad de impulsar la reconstrucción radical de la sociedad? Creo que la respuesta debe ser negativa. Y digo que debemos apostar y aportar, en cambio, a un proyecto que articule utopía y realismo de un modo original: un realismo a largo plazo, que nos prepare estratégicamente para librar una batalla de muy largo aliento, hasta forzar un cambio general en la correlación de fuerzas que permita infligirle derrotas decisivas al capitalismo imperialista. Y una utopía "corta" que nos permita "soñar con los ojos abiertos" al afrontar las tareas inmediatas, asumiéndolas con espíritu insumiso y buscando en cada fisura o grieta del sistema, tal y como ya se dijo, ir más allá del capital.[26]
Esto implica, por ejemplo, contribuir desde ahora la tarea de construir contra-poderes o instancias de poder popular, organismos de carácter unitario capaces de impulsar a nivel local o sectorial prácticas alternativas tendencialmente en ruptura con las mediaciones del mercado y el Estado, que se empeñen en articular las diversas organizaciones con actuación en un mismo territorio y busquen coordinarse con otros similares hasta desarrollar una auto-organización nacional, eventualmente capaz de enfrentar la autoridad del Estado. Obviamente, se tratará de un complejo proceso jalonado por enfrentamientos, progresos y derrotas cuyo detalle es imposible prever anticipadamente. La apuesta reside en que la construcción de estas expresiones de poder popular (u obrero-popular), que adquirirán seguramente formas organizativas y denominaciones diversas y cambiantes, permita asumir y dar relativa estabilidad a experiencias que apunten a la reapropiación comunitaria de las condiciones de existencia y praxis social, a escala creciente, en un movimiento que será también afirmarse como fuerza social y política con un poder que nace de la reapropiación y gestión democrática de diversos engranajes de la vida social (emprendimientos productivos, cooperativas, gestión de determinados servicios públicos, experiencias de control y autogestión revolucionaria, asociaciones culturales, etcétera). Así concebida, una hipótesis estratégica de construcción de poder popular podrá enlazar, en un mismo proceso: a) el empeño por contrarrestar la actual disgregación y heterogeneidad de la-clase-que-vive-de su-trabajo, asumiendo un combate social-político que desborde todo "corporativismo", b) el desarrollo de una subjetividad revolucionaria y c) la construcción de organizaciones populares autónomas capaces de ganar reconocimiento y fuerza. Esta fuerza del poder popular podrá tener diversas formas y manifestaciones, pero en todos los casos surgirá de la creación de nuevos lazos sociales entre los oprimidos y explotados, al resistir juntos las presiones del capital y desplegar comunicaciones ajenas a los dictados del mercado y la lógica de la valoración.
Esta orientación permitiría también enlazar el trabajo paciente apuntado a cambiar una desfavorable relación de fuerzas entre las clases, con la audaz afirmación de la actualidad de la revolución y el impulso de lo que he denominado ad-venir del socialismo. Como bien escribe Valdez Gutiérrez: "De los pequeños, continuos y diversos saltos que demos hoy en nuestras luchas cotidianas y visiones de sociedad, emergerá el salto cultural-civilizatorio que nos coloque en esa deseada perspectiva histórica que rescatará y dignificará al socialismo en este siglo."[27]
Diré para terminar, con José Carlos Mariátegui: "No queremos, ciertamente, que el socialismo sea en América calco y copia. Debe ser creación heroica. Tenemos que dar vida, con nuestra propia realidad, en nuestro propio lenguaje, al socialismo indoamericano". Sin olvidar, como el mismo Amauta nunca lo olvidó, que no podremos hacerlo solos. La empresa es internacional e internacionalista.
* Una primer versión de estas reflexiones, enviadas como aporte a la discusión organizada los días 9 y 10 de diciembre de 2006 en París por las revistas Carré rouge, A Contre-Courant, L’Emancipation Sociale y  l’Encontre, fue publicada en Nuevo Rumbo nº 22. Considerablemente modificado, el presente artículo sigue siendo un material de trabajo más que la exposición de posiciones acabadas. Agradeceré comentarios y observaciones: aromero@herramienta.com.ar
**· Integrante del Consejo de redacción de Herramienta y miembro de del colectivo Cimientos.
[1] Categorías de René Zavaleta, tomadas de José Gandarilla: Globalización, totalidad e historia. Ensayos de interpretación crítica, Buenos Aires, Ediciones Herramienta-UNAM, 2003, pág. 88.
[2] Ver "Colonialidad del poder, eurocentrismo y América Latina", de Aníbal Quijano, en Edgardo Lander (compilador): La colonialidad del saber: eurocentrismo y ciencias sociales. Perspectivas latinoamericanas. Buenos Aires, CLACSO, 2000.
[3] Jean-Marie Vincent: Un Autre Marx. Après les marxismes, Lausana, Ed. Page deux, 2001, págs. 98 y 100.
[4] Enrique Dussel: La producción teórica de Marx. Un comentario a los Grundrisse; Hacia un Marx desconocido. Un comentario de los Manuscritos del 61-63; El último Marx (1863-1882) y la Liberación Latinoamericana, México, Siglo XXI editores, 1985, 1988, 1990.
[5] Vayan dos ejemplos: István Mészáros advierte la carencia de una teoría de la transición y para suplirla escribe Más allá del Capital. Hacia una teoría de la transición, Valencia-Caracas, Vadell ed., 2001; Alain Bihr, en La reproduction du capital (2 tomos), Lausana, Ed. Page deux, 2001, se propone profundizar la crítica de la reproducción del capital como relación social y las mediaciones "extraeconómicas" que ella implica.
[6] Carlos Marx: Miseria de la filosofía, Buenos Aires, Ed. Cartago, 1987, pág. 137.
[7] Carlos Marx, "En torno a la crítica de la Filosofía del Derecho de Hegel, y otros ensayos" en C. Marx -F. Engels: La sagrada familia, México, Ed. Grijalbo, 1984, pág. 10.
[8] Ídem, pág. 37.
[9] C. Marx y F. Engels: Manifiesto Comunista, Buenos Aires, Ed. Pluma, 1974, págs. 79 y 80.
[10] Ver Marx, Miseria de la Filosofía, Buenos Aires, Ed. Cartago, 1987, pág. 137.
[11] C. Marx y F. Engels, La ideología alemana, Buenos Aires, Ed. Pueblos Unidos, 1975, pág. 82.
[12] La cita corresponde a la tercera de las "Tesis sobre Feuerbach". Georges Labica destaca la importancia de la palabra "auto-cambio" [Selbstveränderung], que fuera omitida en la versión corregida por Engels, y explica: "El cambio es auto-cambio. La práctica revolucionaria lo evidencia, porque es su realización […] La auto transformación es el proceso ininterrumpido de la revolución, siempre operativo en la práctica […] Acá está el origen de la idea de auto-emancipación del proletariado." (en: Karl Marx. Les Thèses sur Feuerbach, París, PUF, 1987, págs. 55-65).
[13] Jean-Marie Vincent, Revista Viento Sur Nº 78, diciembre 2004, www.vientosur.info
[14] Giuseppe Prestipino, Realismo e Utopia, Roma, Ed. Riuniti, 2002, pág. 91.
[15] Ob. cit. Especialmente "Discorrendo de comunismo e libertá".
[16] Antonio Gramsci: Cuadernos de la cárcel, México, ERA-Univ. de Puebla, 6 tomos 1981-1999, Vol. 4, pág. 130.
[17] István Mészáros: Más allá…ob. cit., pág. 799.
[18] Ricardo Antunes: Los sentidos del trabajo, Buenos Aires, Ed. Herramienta-TEL, 2005, pág. 203.
[19] Guillermo Valdez Gutiérrez: "Desafíos de la sociedad Más allá del capital", Revista cubana de filosofía. Edición digital Nº 7, septiembre-diciembre 2006, http://www.filosofiacuba.org
[20] István Mészáros: El Siglo XXI ¿Socialismo o Barbarie?, Buenos Aires, Ed. Herramienta, 2003, págs. 90/92.
[21] Miguel Mazzeo: "La revolución bolivariana y el poder popular", en Nora Ciapponi, Guillermo Cieza y otros: Venezuela ¿la revolución por otros medios?, Buenos Aires, Dialektik Ed., 2006, pág. 51.
[22] Carlos Marx, El dieciocho brumario de Luis Bonaparte, Buenos Aires, Ed. Polémica, 1972, pág. 20.
[23] Incluyo en esta "tradición" tanto a la experiencia "soviética" teorizada por Lenin y Trotsky, como a sus críticos "izquierdistas" -Luxemburgo, Korsch, Mattik…- y al original enfoque de Gramsci.
[24] Algunos ejemplos: los "Cordones Industriales" en Chile, en Bolivia la COB y sus milicias o posteriormente la CSUTCB y su control territorial. Y en la Argentina, desde los "Plenarios con barra de las 62" y Huelgas generales en tiempos de la resistencia peronista, a las "ocupaciones" o "toma de fábricas con rehenes" durante la década del 60 y los desarrollos que con la marca del "clasismo" culminaron en las "Coordinadoras" de 1975.
[25] Entendida como situación excepcional, limitada al momento de crisis revolucionaria y que muy rápidamente debe resolverse en el pleno restablecimiento del poder burgués o la victoria político-militar del "soviet".
[26] El párrafo retoma una formulación de Edgardo Logiudice, inspirada a su vez en algún pasaje del ya citado libro de Prestipino... Pero se trata de una "libre interpretación" de la que soy único responsable.
[27] Gilberto Valdez Gutiérrez, ob. cit.