I PARTE
Alí Rodriguez Araque
Alberto Müller Rojas
CUADRO SOCIO-HISTÓRICO DE LA VENEZUELA MODERNAVivimos tiempos de cambios impresionantes. La nueva revolución tecnológica ha potenciado hasta límites nunca antes imaginados la capacidad productiva del ser humano. Los productos de la más diversa naturaleza brotan desde las más remotas regiones del mundo. Pareciera que, definitivamente, se hubiera alcanzado una situación en la cual, la producción superara sobradamente las necesidades humanas. Hoy, en apenas cuestión de minutos, se alcanza lo que hace apenas unas pocas décadas implicaba largas horas en los procesos productivos. La productividad humana se ha incrementado de manera exponencial. La revolución de las telecomunicaciones ha hecho posible que en cuestión de segundos se realicen miles operaciones simultáneas por billones de dólares entre las más recónditas regiones en un planeta cada vez más globalizado. Pareciera que el ser humano estuviese en el momento de dar el salto definitivo del reino de la necesidad al reino de la libertad.En contraste con esos prodigiosos avances, nunca antes la humanidad se había encontrado con un abismo tan profundo entre la prosperidad de pocos y la miseria de miles de millones de seres y, nunca como hoy, la riqueza se había concentrado en tan pocas manos y la pobreza había hecho presa de tanta gente. Tales cambios han configurado una nueva realidad en el planeta. Si apenas hace dos décadas el conflicto en el mundo se escenificaba entre dos superpotencias militares que se disputaban los espacios geopolíticos, ubicándose como una confrontación entre el Este y el Oeste, hoy el conflicto ha cambiado de naturaleza, es un conflicto social y ético entre el Norte insaciable y opulento y el Sur cada vez más comprometido en una lucha desesperada por la simple sobrevivencia. De allí esa creciente marea humana que todos los días se moviliza desde el Sur empobrecido hacia el Norte opulento, buscando mejores condiciones de vida, terminando por conformar también una nación de pobres, excluidos, explotados y reprimidos en el vientre mismo de las naciones más prósperas, sin que nada puedan contra tal fenómeno, leyes excluyentes, muros y alambradas. Es que así como, al tiempo que se ha mundializado el régimen establecido por las frías y despiadadas leyes del capitalismo, así mismo sus primeras consecuencias, la pobreza, la exclusión y la represión, adquieren también dimensiones globales. Así como se globaliza la concentración y centralización del capital en el los países más prósperos, también se globaliza su contraparte, la masa de pobres en el planeta que busca desesperadamente donde ganar sus más elementales medios de vida. De allí que el secular conflicto entre el capital y el trabajo, antes confinado a las fronteras nacionales o regionales, adquiera hoy dimensiones mundiales, generando un verdadero "ejercito internacional de reserva" laboral que se convierte en activo cuando se le necesita y en desempleo y desesperación, cuando la producción se potencia mediante la ciencia y la tecnología.Ese ejército internacional está conformado hoy, ya no sólo por los trabajadores fabriles, sino por una amplia gama de hombres y mujeres que pugnan por conseguir quien compre su fuerza de trabajo, sea ésta calificada o no, desde profesionales muchas veces formados a un alto costo en sus países de origen, hasta aquellos que no han tenido esas oportunidades y se ven condenados a las faenas más rudimentarias que no están dispuestos a realizar los trabajadores de los países industrializados. Cuando el capitalismo era un fenómeno nacional, provocó la migración masiva del campo a la ciudad, creando una contradicción que nunca pudo resolver. Ahora, cuando se ha mundializado, alcanzando su máxima expresión imperialista, la migración abarca regiones enteras, extendiéndose cada vez más a todo el mundo con sus consecuencias correspondientes, todas las cuales confluyen hacia la superación de un sistema mundial cada día más inviable pues, al problema social, al hiperdesarrollo industrial y urbano, se ha sumado ya una situación ambiental que amenaza la vida entera en la tierra.Todo este cuadro cruzado de toda suerte de penalidades, donde el consumismo desenfrenado, que su mismo sistema espolea y se hace cada día más insaciable, genera en los centros imperiales modos de vida que comportan un derroche criminal de recursos y energía.Con una recurrencia cada vez más frecuente, las intervenciones militares surgen como otra necesidad de los centros imperiales buscando simultáneamente, además del dominio tradicional, contener la lógica y creciente reacción de los pueblos, víctimas del atropello y que defienden su soberanía. La ruptura del viejo esquema bipolar ha dado lugar así, a una situación de mayor inestabilidad política, social, ecológica y militar en el mundo.En medio del desorden que tal situación engendra, van emergiendo nuevas fuerzas y nuevos centros de poder que van comenzando a configurar un nuevo balance de fuerzas en el mundo y que asoman la esperanza de lograr un nuevo y más estable equilibro de fuerzas, para bien de la humanidad hoy enfrentada a la expansión, dominio y atropello de la acción imperialista.Así son los signos que ya comienzan a anunciarse en nuestra región latinoamericana y caribeña, donde los seculares sueños de independencia, buscan su realización sosteniéndose en la unión, tal como la concibieron sus figuras más señeras. Y, una vez más, Venezuela ha sido llamada a jugar un rol protagónico en un proceso que alienta el desarrollo de la conciencia de nuestros pueblos. Esa conciencia va implantando un nuevo liderazgo y encontrando fórmulas para materializar tal unión, en la complementación de nuestras grandes potencialidades para allanar las carencias, en la cooperación y la solidaridad para concurrir allí donde las limitaciones de unos requieren el auxilio de los otros y el respeto a la soberanía que no acepta condiciones, ni presiones y aún menos, imposiciones.Mas este proceso está lejos de ser un proceso idílico. Nunca lo ha sido y nunca lo será. Ha tropezado, tropieza y tropezará con la resistencia de las alianzas que siempre han existido entre las fuerzas oligárquicas de la región y las fuerzas imperialistas que persiguen imponer sus propias fórmulas y mecanismos de lo que llaman "integración sostenida en el libre comercio" que pretenden presentar con una envoltura neoliberal, los viejos mecanismos de una competencia desalmada donde los seres humanos y regiones enteras dejan de serlo para convertirse en simple mercado. De allí el conflicto escenificado entre dos fuerzas contradictorias e irreconciliables cada una de las cuales tiene ya su carta de presentación, una bajo el proyecto del ALBA, la otra bajo las figuras del ALCA y de los TLC.Tal es el telón de fondo de los escenarios nacionales, cualquiera sea el lugar del mundo en el cual se intente comprender las realidades y, sobre todo, transformarlas.Es así como el Socialismo del Siglo XXI, surge como un proyecto que, dado para un espacio –Venezuela- y un tiempo –el siglo veintiuno- se proyecta más allá de las fronteras, toda vez que los sueños de redención son sueños de la humanidad entera que ha encarnado siempre la consigna socialista, democrática y revolucionaria.Venezuela, un resultado históricoEl nuestro es un país relativamente pequeño en su dimensión geográfica, pero engrandecido por su historia. Cien años duró la resistencia indígena frente a la conquista y la colonización del imperio español, resistencia que condujo a la casi total aniquilación de nuestra raza original. Muchas fueron las rebeliones contra el dominio español hasta la conquista de la independencia, después de veinte largos y sangrientos años que dejaron exangües las energías de nuestra nación, como lo dijera en su momento el genial conductor de tal proeza, nuestro Simón Bolívar. Nuevas guerras intestinas, producto de los señores de la guerra en que habían devenido algunos de nuestros héroes de la independencia, grandes terratenientes enfrentados por riqueza y poder político, sumían aún más nuestro pueblo en los más terribles padecimientos. De allí el levantamiento victorioso en que se convirtió la Guerra de Federación para, una vez más, ver frustrados sus propósitos por la traición en el tristemente célebre Pacto de Coche. Tal fue nuestro siglo XIX, lleno de gloria por la conquista de la independencia de todo un continente, junto al heroísmo y la brillante conducción de pueblos y líderes movidos por la idea de la unidad de nuestra gran nación continental, pero también lastimado por la ambición, la traición y su secuela inevitable, la frustración de millones de seres.Así nos encontró la primera parte del Siglo XX, empobrecidos y bajo el yugo de una de las más brutales y sumisas dictaduras. Hasta que, como por obra de magia, brota de nuestra castigada tierra, una especie de maná bíblico: el chorro casi incontenible del petróleo que abre un período de veloces y grandes transformaciones en la conformación de nuestra economía, de nuestra estructura social, de nuestra cultura y de nuestro sistema de valores.El motor de combustión interna que abrió literalmente las enormes fauces del consumo energético mundial, la existencia de gigantescos capitales ya desplegados en todo el planeta como factor hegemónico de la economía mundial, la existencia de grandes consorcios petroleros, el descubrimiento de enormes reservas petroleras en nuestro subsuelo y la pobreza económica y tecnológica de nuestro país, unido a un régimen sumiso frente a los poderes imperiales, confluyeron para que una riada de capitales ingresaran al país en rápida sucesión, asumiendo el comando de la producción. Por fortuna, Bolívar había dictado, ya desde 1928, su famoso Decreto sobre Minería de Quito. Este otorgaba a la República la propiedad de las minas, convertido en principio de aplicación universal desde los tiempos de la revolución francesa. El mismo se mantuvo vigente en nuestras leyes permitiendo, pese a sus altibajos, el ejercicio de la propiedad por parte del Estado.El creciente torrente de ingresos que representaba una producción petrolera en expansión, hasta convertir a Venezuela por varios años en el principal exportador de tal producto en el mundo, puso en manos del Estado recursos inusitados, más que suficientes para cubrir las necesidades de la administración pública, dejando un excedente cuya distribución se convirtió en principal objeto del debate entre los sectores dominantes del país.Fue así como, de un lado, surgió la consigna de "Sembrar el Petróleo", esto es, la capitalización privada del ingreso rentístico que seguía creciendo como eficaz mecanismo para "la modernización" de Venezuela. Quienes apoyaban tal consigna, consideraban mero dispendio cualquier gasto dirigido a mejorar la condición social del pueblo. Del otro lado, surgieron distintas consignas que planteaban una distribución popular de tal ingreso al tiempo que se favorecía también su acumulación privada y pública. Al final, prevalecería la segunda de las fórmulas durante un período que se inicia en los años cuarenta y se cierra a comienzos de la década de los setenta.La dictadura de Juan Vicente Gómez aplicó una política de concesiones que había permitido a un pequeño grupo de terratenientes obtener beneficios fabulosos con cierta participación irregular en las regalías. Pero la generación de una renta petrolera creciente, planteaba ahora un nuevo problema con la distribución del ingreso. Uno de los primeros pasos consistió en la revaluación del bolívar en 1934 con lo cual los ricos podían obtener un dólar barato que, además, ya había sido devaluado, otorgándole un poder enorme al sector de los importadores y descargando un golpe demoledor a las exportaciones agrícolas, ahora encarecidas por una simple operación monetaria. Pero, además, sin la necesidad de recaudar ingresos internos para cubrir los gastos del Estado, tampoco era necesario desarrollar un sistema fiscal que pechara las ganancias de los que se enriquecían con la nueva situación. De allí otra de las características del capitalismo rentístico: la inexistencia de una cultura tributaria existente en los sistemas capitalistas tradicionales. Este hecho le otorgó al Estado venezolano una notable independencia en relación con el resto de la sociedad pues, en lugar de imponer contribuciones sobre las ganancias, más bien distribuía parte de sus excedentes.De tal manera, se formo una clase empresarial, parasitaria e ineficiente, y se fortalecieron las castas tradicionales propietarias de las tierras urbanas y rurales y operadoras del comercio, así como en los niveles medios de la sociedad, se expandirían las corporaciones profesionales, incluyendo la casta militar, beneficiados todos por tal sistema de distribución del ingreso.Algo, sin embargo, en medio de tanta abundancia financiera, se dejó a la naciente clase obrera y al resto de la población a través de incrementos salariales dictados mediante decretos del Ejecutivo y ocasionales leyes del Congreso estimulando, al mismo tiempo, la formación de verdaderas castas sindicales desclasadas y que, a la larga, se colocarían abiertamente en contra de los trabajadores.En el campo, mientras tanto, la producción agropecuaria sufría una declinación sostenida. El consecuente empobrecimiento del campesinado provocó una acelerada migración hacia los centros urbanos. En nuestro caso, este fenómeno no fue resultado de una revolución agraria de signo capitalista que, al incrementar la productividad, "liberaba" fuerza de trabajo para ser empleada en la industria. De allí que la formación del mercado interno venezolano ocurriera con una especie de mutilación al no contar con la demanda capitalista en el campo, característica de otras experiencias de esta naturaleza en distintas partes del mundo.En el orden político e ideológico, no existiendo una clase empresarial "en sí y para sí", ni su contraparte, un movimiento obrero con suficiente desarrollo de su conciencia como clase, la dirección ideológica y política correspondió a sectores de la clase media ilustrada. Fueron tales sectores los que emprendieron la formación de los partidos políticos, de los sindicatos y, finalmente, la conducción del Estado, hasta el surgimiento de un sector empresarial con el poderío suficiente como para imponer sus decisiones a una clase política ya sin programas ni ideas con las cuales movilizar y organizar al pueblo. Fueron estos los tiempos en que las tesis neoliberales encontraron un terreno fértil donde prosperar con sus consecuencias bien conocidas.Contemporáneamente con tales procesos, se desarrollaba una relación contradictoria entre el Estado nacional, los grandes consumidores de los centros imperiales y sus Estados respectivos, y los consorcios petroleros. Para éstos, el ideal era la eliminación de las regalías y la reducción de los impuestos. Para la nación, cada vez más consciente de su carácter como propietaria del recurso natural, la principal reivindicación pasaba a ser una participación justa en los proventos petroleros en tanto que, para los grandes consumidores, la cuestión radicaba en garantizar los más bajos precios posibles. Por tal razón, ya durante el gobierno de Medina Angarita, se incrementó y unificó el sistema de regalías, se introdujo la Ley de Impuesto Sobre la Renta que durante décadas sirvió para incrementar la participación del Estado y se estableció un límite a las áreas otorgadas en concesión. Tales acciones en el ámbito petrolero iban acompañadas de un programa que iniciaba un proceso de democratización de la vida política del país e intentaba mejorar las condiciones de la población, incluyendo una reforma agraria y aplicando políticas de inmigración selectiva. Poco duró su gobierno derrocado por un golpe de estado.El futuro se caracterizaría por toda suerte de incidencias, con nuevos golpes de estado, implantación de la dictadura y vuelta a la democracia formal, acompañada de una feroz represión contra las fuerzas progresistas que aspiraban algo más que una simple elección quinquenal. Con todo, la presión popular y los procesos nacionalistas cumplidos en el Medio Oriente, así como la situación que confrontaron los consorcios petroleros internacionales, condujeron a una nacionalización, pactada entre el gobierno y las empresas, que colocó las operaciones petroleras en manos del Estado a partir de enero de 1976. Tal acción le dio un fuerte impulso a lo que resultó el más poderoso capitalismo de estado en todo el Continente. Ya las industrias del hierro y del gas se habían nacionalizado anteriormente. Al mismo tiempo, los grandes excedentes financieros disponibles, habían permitido realizar y controlar muchas otras actividades económicas. De tal manera, el control de las actividades económicas estratégicas, quedaban en manos del Estado otorgándole un importantísimo poder de negociación, tanto con el sector privado nacional como con el extranjero. Para éste, en consecuencia, resultaba vital preparar su retorno. Este pasaba por una estrategia cuidadosamente diseñada. La misma comprendió acciones a fin de provocar la caída de los precios petroleros introduciendo divisiones en el seno de la OPEP que, por momentos estuvieron a punto de provocar una verdadera guerra de precios, el préstamo de dinero a bajo costo para luego incrementarlo bruscamente, una campaña ideológica y política buscando convencer a los pueblos de la ineficacia y corrupción de las empresas estatales y toda suerte de virtudes de la gestión privada, la captura ideológica de los sectores dirigentes de las empresas nacionales, convirtiendo a éstas en simples agencias administradoras de contratos, introduciendo modificaciones en los sistemas legales para limitar drásticamente el ejercicio soberano en la administración de justicia mediante el arbitraje internacional y dándole un fuerte impulso a los procesos de privatización como la única salida a las crisis que las mismas medidas, derivadas de tal estrategia, habían producido.El endeudamiento público alcanzó durante ese periodo, al igual que en muchos otros países, niveles intolerables. Sin embargo, en momentos en los cuales Venezuela vivía un verdadero esplendor financiero, tal endeudamiento luce como algo inexplicable. La explicación sólo puede encontrarse cuando se observa el cambio drástico que se introdujo en la distribución del ingreso. Súbitamente, las remuneraciones al sector trabajo caen hasta un treinta por ciento, invirtiendo totalmente la relación que se había vivido desde los años cuarenta. Tal cambio, explica el acelerado empobrecimiento que hizo presa de millones de venezolanos, incluyendo a sectores importantes de la clase media. El endeudamiento público que no puede considerarse como otra cosa que una distribución adelantada del ingreso, sellaría con cadenas de acero, la nueva distribución cada vez más regresiva del ingreso. Se trataba pues, de un viraje estratégico que cambiaba radicalmente las políticas populares aplicadas por los distintos regímenes en los cuales se apoyaba su misma perpetuación.Fue así como muy poco tiempo después de las nacionalizaciones, durante la década de 1980 entraríamos en un proceso de desnacionalización, caracterizada por un recorrido inverso a todo lo que había significado la larga lucha por lograr una justa participación de la nación en su riqueza petrolera. Tal fue la llamada "apertura petrolera" que empeoró las condiciones semicoloniales que caracterizaron al país hasta comienzos de los años cuarenta, acompañada de muchas otras acciones que en no pocos casos, representaban una descarada violación de la Constitución y las leyes.Así marchaba, como una fuerza incontenible, la oleada neoliberal en nuestro país. Sin embargo, ya en 1989, un sacudimiento que asombró al mundo se produciría en Caracas y otras ciudades. Era tal el grado de tensión social y tal la decadencia de los sectores dirigentes tradicionales que los pueblos, llegados a un punto de desesperación, provocaron una rebelión espontánea que sólo pudo ser contenida con un derramamiento de sangre que no se conocía desde los tiempos de la independencia, victimando a miles de hombres, mujeres, niños y ancianos, con verdadera saña asesina. Poco después, en 1992, vendrían las insurrecciones militares liderizadas por la juventud patriótica que siempre estuvo presente en el seno de nuestra fuerza armada.Cuanto más se acentuaban las políticas neoliberales y tanto más grande era el empobrecimiento de la población, tanto más aguda se hacían las tensiones sociales y tanto más profunda la crisis que agrietaba todo el andamiaje construido a lo largo de la mayor parte del siglo.Así, todo ese período histórico dejó a un país totalmente transformado. Con una economía capitalista, atípica por su carácter rentista, con un proceso de acumulación sustentado básicamente en la capitalización de una renta internacional, producto del ejercicio del monopolio del Estado sobre el recurso petrolero; un poderoso capitalismo de estado, una estructura social conformada por una burguesía parasitaria, ineficiente, cuyas ganancias han provenido fundamentalmente de la distribución de la renta petrolera; una clase media con distintas capas y donde el estamento superior asumió los hábitos de la burguesía parasitaria; una clase obrera manipulada por las castas burocráticas corrompidas, pugnando por sacudirse un dominio que fue impuesto a sangre y fuego en la década de los sesenta; partidos políticos que dominaron la escena durante más de medio siglo y que, agotados sus viejos programas, se dedicaron al pillaje del erario público; una población concentrada en las ciudades y grandes territorios despoblados y, con ello, pobreza en las principales urbes del país y desolación en sus grandes extensiones, en fin, lo propio de un capitalismo rentista con un bajo desarrollo de las fuerzas productivas nacionales y de una numerosa burocracia sostenida por la renta petrolera que, a finales de la década de los noventa, declinaba peligrosamente como fruto del reinado neoliberal que se había impuesto en el país. Las políticas neoliberales parecían encontrarse con las mejores condiciones para imponerse sin nuevos inconvenientes. Pero la crisis del sistema, por largo tiempo en gestación, encontraría un cauce, esta vez pacífico y democrático, en 1998.
jueves, 6 de marzo de 2008
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